Cinco cosas únicas que puedes hacer en La Palma sin sentir el volcán

“La Palma te ofrece tanto atractivo en 700 kilómetros cuadrados que puedes venir una semana, no hacer la Ruta de los Volcanes ni visitar la Caldera de Taburiente y aún así tener tanto que ver que el viaje merecerá la pena”. Habla Julio Marante, presidente de la Asociación de Guías de Turismo de La Palma, quien utiliza dos de los lugares más emblemáticos de la Isla Bonita para hacer una idea al futuro visitante del potencial de este “continente en miniatura”. Porque aunque ahora parezca imposible separarla del volcán de Cumbre Vieja, lo cierto es que en la mayor parte de la isla no se siente su presencia más allá de las cenizas. Pero esa imagen no es la que llega a la Península y el extranjero, lo que provoca que las zonas que no están afectadas por el volcán se encuentren prácticamente vacías cuando tendrían que estar disfrutando de su temporada alta en cuanto a turismo se refiere. Repasamos algunos de esos sitios de visita obligada.

PROBAR LAS PAPAS AGRADECIDAS DE JUANA

En pleno Bosque de los Tilos, para muchos el lugar más bonito de Canarias, Juana es la reina. De los pájaros que se lanzan a comer de su mano cada vez que abandona la barra de Casa Demetrio (Bosque de los Tilos, San Andrés y Sauces, s/n) y de los visitantes que acuden a probar sus papas agradecidas acompañadas de una cuartita de vino o de una cerveza, ya sea Dorada o Tropical, que de ambas tiene. Oriunda de Tenerife, se trasladó a La Palma por amor y en ella acabaría encontrando el merecido reconocimiento por su plato estrella. “Un día puse de tapa unas papas arrugadas con un poquito de mojo y yo misma me dije ‘qué seco está esto’. Pero más tarde me puse un queso blanco con el mojo rojo y el cilantro y estaba muy rico. Así que se me ocurrió abrir la papa y meterle el queso fundido. Luego la miré, pensé que tenía que ponerle un nombre y dije: ‘esta papa está agradecida’. Y así se quedó”, aclara. Es probable que quien acuda a este restaurante ubicado en una Reserva de la Biosfera de la Unesco desde 2002, escenario de series como The Witcher gracias a la belleza de parajes como su cascada, acabe añadiendo a la cata su famosa carne de cabra y escuche a Carmen cuestionando a su hermana sobre si se vino a este rincón del archipiélago por el mojo palmero o por el chorizo de perro.

COMER MORENA Y CAMARONES EN CASA GOYO

En este restaurante es complicado elegir dos platos aunque sea para titular un encabezado. Porque en Casa Goyo (C/Lodero 120, Villa de Mazo) el pescado es religión. A apenas cinco minutos del Aeropuerto, su origen está íntimamente ligado al mismo, ya que fue la construcción de éste la que dio lugar a la creación de un sitio donde proveer de comida a los trabajadores en 1966. Poco a poco, el boca a boca obligó a los propietarios a pedir los permisos pertinentes para ampliarlo, lo que se produjo con la construcción de dos casetas de palma. A la larga, sus casetas acabarían aportando una idiosincrasia única al lugar: aunque tiene terraza y comedores normales, merece la pena comer en sus pequeñas habitaciones, donde el cliente se siente como si estuviese en un reservado. Las lapas, el salpicón de pulpo, los tollos y el queso asado son otros de sus platos estrella, sin olvidar sus postres, donde sobresale la crema de piña, el mousse de gofio y su popular postre de café de la casa.

VISITAR PUROS ARTESANOS JULIO

A quienes visitan Puros Artesanos Julio (C/ Cabaiguán, 14. Breña Alta) el tabaquero José Julio Cabrera les habla de cómo se seca el tabaco, cómo se cultiva, cómo se elabora “y de lo que haga falta”. Este guardián de las esencias del puro palmero, amante de la decoración (las dependencias mantienen el aroma de los pequeños talleres llamados chinchales) y de narrar la historia de este producto premium. “Para nosotros el añejamiento es clave”, sostiene. “Nuestras patas reposan cinco o seis años, porque el mejor ingrediente que tienen nuestros puros es el tiempo. Es importantísimo que lo empaquemos y lo dejemos el tiempo que sea necesario. Así es como una empresa como esta puede salir adelante”, afirma. La tradición dio sus primeros pasos en esta familia (quedan unas seis dedicadas a ello en la isla) en 1950. Ahora, su objetivo futuro es poder organizar visitas a su plantación, ubicada en “la zona de Cuatro Caminos, tirando para el Socorro”. Mientras lo preparan, lucen con orgullo su condición de tesoro cultural para la isla, capaces de mantener viva una práctica histórica gracias a una cultura de ida y vuelta con Cuba y el clima de Breña Alta, bañado por los vientos alisios. Eso sí, nada de guardar sus puros en la nevera como a veces se recomienda. El mejor lugar es dentro de un mueble de cedro.

TOMAR RON ALDEA EN SU DESTILERÍA

El Ron Aldea (Camino el Melonar, 19. Charco Azul) fue fundado en 1936 por Manuel Quevedo Alemán (1872-1968) en la Aldea de San Nicolás (Gran Canaria). No fue el mejor año: la Guerra Civil hizo que las 100.000 botellas preparadas para exportar se quedaran (y bebieran) en la isla. Pero los Quevedo no eran una familia de echarse atrás ante las adversidades. Por eso, en 1969, cuando el cultivo de caña no era rentable en Gran Canaria se trasladaron a San Andrés y Sauces, en La Palma. Ahí permanece, manejado por la cuarta generación, el alambique que Don Manuel encontró en una chatarra en 1893, único en el mundo. Por él sigue pasando las miles de botellas que se elaboran cada año de este ron de estilo agrícola (o francés) hecho sólo con guarapo, que aunque suponga sólo el 5% de las ventas mundiales, atrae cada vez a más gente, por su sabor y por su fama de que no dar resaca. El visitante puede visitar su museo, sus instalaciones y catar antes de comprar las distintas variedades: Maestro, Familia, Single Cane, Aborigen Caramel Extreme, Ron Miel…

COMPRAR EN LA RECOVA

Un queso de cabra semicurado de Arquemazo, un vino tinto Vega Norte, un par de pimientas para hacer mojo o unos almendrados (o rapaduras, si se tiene un paladar agradecido ante el dulce). Quien quiera adquirir los mejores productos de la isla no puede dejar de visitar La Recova, el centenario mercado municipal de Santa Cruz de la Palma. Edificado sobre el solar del antiguo Hospital de Dolores, presenta un estilo renacentista y un lucernario central elegante y refinado, que aporta luz natural a todo el recinto. Remodelado en 2005, el mercado cuenta con de 13 lonjas, 12 puestos y varios carteles que narran su historia. Y a su lado, en el que fuera el oratorio del Hospital de Dolores, como si de un miembro del cuerpo se tratase, se levanta el Teatro Chico, inaugurado en 1871 para espectáculos circenses y peleas de gallos.

Fuente: El Mundo