En la isla de La Palma, así como en el resto del Archipiélago, o cualquier parte del mundo, la civilización ha tratado de extraer los recursos posibles del medio en el que se encuentran. A veces, esto ocurre por la búsqueda de riquezas; otras, motivado por deseos de expansión; aunque en su mayoría se basa en la necesidad y el puro instinto de supervivencia. Esta es una de las historias que nos deja “la sal marina”, impulsada y aprovechada en La Palma gracias a las condiciones que ofrecía la isla en un enclave que, a primera vista, podría no despertar precisamente sueños de prosperidad. Sin embargo, en la actualidad la visita a estos parajes para cualquier recién llegado a la isla es prácticamente obligada.

Fuencaliente, el municipio más al sur de la isla conjuga una variedad de paisajes dignos de admiración. Sus montes de pinar, sus caseríos, sus jóvenes volcanes y su abrupta costa lo hacen un reclamo en sí mismo. Cabe destacar el paisaje volcánico de aspecto “rejuvenecido”, pues es aquí donde se sitúa la actividad volcánica más reciente de Canarias: la erupción del Volcán de San Antonio de entre 1667 y 1668, y la erupción del Volcán Teneguía en 1971.

En este marco geográfico nacen Las Salinas de Fuencaliente, en un paraje costero donde se crea un juego cromático entre el negro basáltico, el marrón terroso, los matices carmesíes y tonos cobrizos, fundidos con el azul del mar, su continuidad con el cielo, y el blanco de las nubes, la espuma del mar y, cómo no, el manto blanco de la cristalización de sal en las salinas. Este enclave ha dado un giro adaptativo que ha convertido un recurso natural como la sal en un Sitio de Interés Científico (declarado por el Gobierno de Canarias en 1994) moldeado a las necesidades de la sociedad actual.

Por todo ello, la sal, producida al estilo más tradicional, se convierte en un elemento distinto de gran valor capaz de protagonizar, con todo lujo de detalles, una ruta gastronómica que gira en torno a este enclave singular.